Ira y veneno por los zapatos de Sarah Jessica Parker - Lo que se mueve en Santo Domingo

Titulares

jueves, 9 de abril de 2015

Ira y veneno por los zapatos de Sarah Jessica Parker

Nada tiene que ver el intelecto con el gusto por el buen vestir y por la afición a un diseñador. (Thinkstock)

Si por cada crítica que he leído o escuchado sobre las chicas que estuvieron aguardando en una fila en la recién estrenada Nordstrom para que Sarah Jessica Parker, mejor conocida por su personaje de Carrie Bradshaw, les firmara los zapatos, me hubieran pagado $20 tendría en mi chequera una considerable cantidad de dinero para comprarme no uno, sino tres o cuatro pares de tacas de la actriz de Sex and the City.

Porque miren que aquí hasta el gato se ha llenado el rabo criticando. Que si en tiempos de crisis no se compran zapatos caros, que si el consumo tiene enfermo al país, que si la tienda es solo para la “beautiful people”, que si el pie con callos aun con sandalias de $400 sigue siendo calloso, bla, bla, bla.

Poco faltó para que las huestes de la austeridad llegaran antorchas en mano a quemar en la hoguera a quienes con trabajo, esfuerzo y sudor disponen de su dinero en lo que les dé la real gana. Qué empeño de llevarles la vida a los demás.

Si quieren criticar el gasto en estos tiempos de crisis, que lo hagan con los que administran el presupuesto y los destinos de este país, que aun cuando la alcancía se vacía y nada entra, siguen otorgando contratos y malgastando lo poco que queda.

Si algo no entiendo es cómo viviendo en un sistema capitalista, en el que existe comercio libre, constantemente se enfilen los cañones hacia el que compra. ¿En qué momento se cambió la apuesta al consumo?

Se ha puesto de moda la crítica a todo ser que adquiere un bien material, ya sea para lucirlo o para ponerlo en una tablilla y adorarlo o para acomodarlo en el clóset y vivir una experiencia religiosa cada vez que lo vea. Hoy la ira y el veneno son por los zapatos de Carrie, hace unos meses fue por los televisores Funai y ni hablar cuando abrieron la primera tienda Victoria’s Secrets. Cómo se desgarraban las vestiduras por las chicas -que como yo- sucumbieron a las panties, brasieres y potingos de melocotón y frambuesa.

Lo que incomoda es que ese “desprecio” por el consumo al parecer no aplica a los que cada día abarrotan los almacenes de socios para abastecerse de botellas de Malbec y Pinot Noir, salmón de Alaska, y quesitos Edam y Jalrsberg. No, a ellos no les alcanza el odio porque la gastronomía es una cosa y la moda es otra.

A esos mortales no se les lanzan dardos porque no es lo mismo gastar $200 en un par de zapatos que gastarlos en dos cajas de Châteauneuf du pape 2012. Por supuesto que no es lo mismo. Los zapatos me los pongo una y otra vez, y el vino me lo tomo de una sentada.

Es constante el chacoteo para a quien la moda le encanta y la disfruta. Nada tiene que ver el intelecto con el gusto por el buen vestir y por la afición a un diseñador. La altura de mis tacas no es barómetro de mis neuronas. Y la manera en que cada cual administra sus finanzas y la adquisición de bienes, a nadie le incumbe solo a quien cuadra su chequera y paga sus cuentas.

Dicho eso, dejo a un lado el tema de las criticonas para dar paso a otro que me ha dejado con cara de cicuta. Ahora resulta que las películas tristes te hacen comer y, por ende, engordar. Éramos muchos y parió la tía.

Según información publicada en la revista Por Dentro de este diario, un reciente estudio del Laboratorio de Alimentos y Marcas de la Universidad de Cornell, en Nueva York, reveló que las personas que miran películas “arrancalágrimas” comen considerablemente más debido al impacto emocional del filme.

Explican los científicos -que al parecer no tienen más nada que hacer que estar molestando con lo que aumenta de peso- que pelis como “Love Story” provocaron que los cinéfilos ingirieran más bolsas de “popcorn” que cuando disfrutaban comedias como “Sweet Home Alabama”. (Ahora entiendo estos chichitos que últimamente adornan mi estómago.) Con las desilusiones amorosas de los últimos años las “Kleenex movie” han sido mis aliadas... “Sleepless in Seattle”, “The Notebook”, “The Vow”... (llorar y llorar.)

Pero no todo está perdido. Cuentan los investigadores que esos deseos de comer mientras se lloran galones de lágrimas pueden calmarse consumiendo vegetales y frutas en lugar de barras de chocolates y cajitas de almendras. Buena idea para los cines. Al lado del candungo de “popcorn” y del “bowl” de totopos y queso derretido no estaría de más ofrecer pedacitos de frutas o una variedad de crudités. Además de chic, saludables.

Por otro lado, pues ni modo a bajar los niveles de masoquismo en cuanto a películas y series, dejar el llanto para septiembre, apreciar el encanto de los Minions y disfrutar del manipulador, maquiavélico, astuto y sediento de poder Frank Underwood, de quien soy fan #1.

Asegurado, ni una lágrima más.

Escribe a caramia@elnuevodia.com

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